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juanluna

Mi planeta

  Erase una vez un Universo llamado el Universo del Amor. Este universo era infinito y estaba compuesto de miles y miles de millones de otros Universos que eran a su vez los componentes de esta infinitud, siendo infinitos en sí mismos. Dentro del universo había infinidad de galaxias, con sus sistemas, con sus estrellas y con sus soles, pero había un sol que por su luz destacaba, completaba y era parte de todos los demás soles, este sol se llamaba Esencia. Lo llenaba todo con su luz, desde lo más pequeño a lo más grande todo estaba impregnado de esa luz que era amorosa, creadora, transformadora e inspiradora de todas las cosas que existían y las que estaban por existir. Todo se desarrollaba en ciclos llenos de armonía que manifestaban un cambio continuo, una sinfonía de colores, de melodías y de hechos, que, como cualquier fuente creadora, independientemente de su tamaño pues todo en sí es creación, se retroalimentaba. Un juego maravilloso sin fin se desarrollaba con plenitud, danzando, cantando, riendo, creciendo, apareciendo, desapareciendo. Todo es aceptado, todo es Uno en el Universo del Amor.

  No obstante, existía un planeta llamado el planeta del Ego. Este planeta, aun siendo una manifestación más de la vida que se manifestaba con increible belleza por todas sus arterias, se empeñaba en no vivir en la aceptación y el amor que eran los santos y señas de éste y de todos los Universos. Este planeta se cerraba en creer que era el centro del Universo y que nada era más importante que él. Tanto es así que desconocía que su Universo, que era a su vez parte y todo de multitud de Universos, se llamara el Universo del Amor, por tanto, simplemente lo llamaba Universo, apoyado a la vez en su idea previa de que era lo único que existía e ignorando encarecidamente la ley del Amor. El planeta del Ego no hacía otra cosa que ir a la contra intentando alterar sus ritmos naturales, moviéndose de manera ostentosa fuera y dentro de la partitura de la sinfonía de lo creado. Esto le suponía, sin saberlo, sufrimiento, dolor y mucha tensión, pues la energía pasaba por él a trompicones. El planeta del Ego tenía a su vez sus satelites que de modo más o menos continuado giraban a su alrededor. Estos satélites se llamaban de manera general máscaras. Estaba la máscara de la familia, la de los amigos, la del trabajo, la del tiempo libre...etc Pero el más grande de todos era el satélite del yo. Este era casi tan grande como el planeta del Ego y alimentaba una y otra vez de una manera casi visceral la idea de individualidad, de separación del Todo, con lo cual transmutaba pensamientos y emociones en la creencia firme de que al final todo se reducía a lo que los habitantes del planeta llamaban lo mi, lo mío. Así, desde esta perspectiva individualista, alienante y limitadora, se fueron viviendo experiencias una tras otra hasta que un determinado día del momento único absoluto el planeta del Ego y todo lo que giraba a su alrededor, tras muchas tormentas y desequilibrios, se empezó a transformar. Oyó una nota de la sinfonía divina en la lejanía y decidió ponerse a escuchar. Paso a paso esa nota fue percibida más claramente hasta darse cuenta de que era su nota. En ese momento no pudo evitar empezar a moverse a su son, de manera natural, delicada, sublime, fue sintonizando con ese Amor inmenso del que estaba lleno nuestro Universo del Amor y todo cambió. Los satélites pasaron a llamarse: Aceptación, Equilibrio, Plenitud, Abundancia... y seguían en plena sincronía la cadencia de su amado planeta, que, por cierto, también cambió su nombre, ahora se llama el planeta Corazón.

2 comentarios

Encarna -

Me reitero: eres un artista en la máxima extensión de la palabra, que se expresa de cualquier forma a través del Amor.

luis -

Excelente ensayo juan. Seguire alguno mas de tu blog. Un abrazo