Las riendas del silencio
En este mundo ambivalente, donde la telaraña de la ignorancia te retiene, sacas los brazos a veces, creyendo que en los asideros de la libertad te mueves. Eso ocurre hasta que de nuevo te embruteces, con cualquier cosa que por irrelevante, ninguna atención merece. Pero tú caes en la trampa, una trampa en la que has caído ya ciegamente, y el sentir se nubla a costa de un raciocinio irreverente. Es la emocionalidad, la que te hace cabalgar su caballo desbocado, y tú, sin estribos, sin silla, y hasta sin manos, te dejas atontar, y la montas sin dudarlo. Son heridas que en lo más profundo hicieron daño, y que siguen ahí, sin haberse curado. En lo recurrente caes una y otra vez, y aprendes, a palos, que aunque no sean físicos duelen más, pues su efecto no está cuantificado.
Mientras te creas alguien llevas las de perder, porque no eres nada y mientras en la nada no estés, te perderás en los entresijos del creer, sin saber. Un minuto serás el rey y al siguiente, un excremento, tal vez. El ego te mortifica y no ves, lo verdadero de tu ser. Nadie ha de decirte quien eres ni por qué. Ya lo eres y si te guías por ti mismo lo podrás entender. Pero tú a nadie debes decirle a su vez como es, porque en realidad no lo sabes, así que cállate. Si las riendas del silencio llegamos a sostener, la claridad inundara el todo, llegará la fluidez. Con ello las sonrisas, la paz... y el querer.
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