La tormenta
Un día vino una tormenta a llevarsela y desde entoces perdí su pista. El tiempo la estaba acosando con vaivenes indescifrables. Los anclajes se debilitaban y los límites se hacían vanos para contener la avalancha. Entonces ella no era ella. No sabía quien era. A veces entre luces deslumbrada y otras entre sombras ocultada. Mientras tanto yo no podía hacer nada. Mi luz, cuando la tenía, era como la de una bombilla sin filamento, inexistente para sus ojos. El interruptor de mis intenciones se mantenía siempre en posición de encendido pero mi luz no le daba luz. Mi luz la ahuyentaba. Eramos como un sintonizador de radio de doble frecuencia, siempre juntos, y a la vez separados, o am o fm pero nunca puede quedarse la cuestión en medio.
El día de la tormenta yo llevaba paraguas, pero aunque ese día mi seguridad, mi pretendida calma lo hicieron parecer grande, ahora se que era pequeñito, como el paragüita de los cocteles tropicales. Hizo su función. En esos momentos me sirvió para no caer inundado por las lagrimas de un llanto impotente. Ahora luce el sol, hay niebla, nubes...y lo que me echen, pero de la tormenta que se la llevó solo me llegan ecos en la lejanía. El día que regrese mi paraguas se habrá esfumado y querré empaparme en ella hasta salir chorreando.
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